El sábado 6/9, 27.000 trabajadores y trabajadoras organizados en el sindicato de mecánicos (IAM, por sus siglas en inglés) comenzaron la huelga que mantiene paralizadas las plantas de Boeing en Estados Unidos con piquetes en las puertas, aunque la empresa anunció que por ahora no tratará de hacer funcionar la línea de montaje.
El 3/9, el 80% de los afiliados rechazó la “mejor y última” propuesta de la empresa: 11% de aumento salarial (escalonado en 3 años) y un modesto aumento del aporte a las jubilaciones. A pesar de que el 87% votó salir a la huelga, la burocracia sindical le dio a la patronal un “período de gracia” de 48 horas. Esto generó la bronca de los mecánicos que insultaron y abuchearon al secretario general en la asamblea que finalmente ratificó la medida.
Los mecánicos piden un 13% de aumento salarial, mejoras de las jubilaciones y cobertura médica, y la garantía de que no habrá despidos por el traslado de puestos de trabajo a empresas no sindicalizadas o a países con mano de obra más barata. En las últimas horas de hoy las negociaciones estaban paradas, y la empresa no parece estar dispuesta a ceder por el momento con la excusa de buscar ser “más competitiva” frente a su competidor europeo Airbus.
Desde la última huelga en 2005, Boeing ha ganado 8.800 millones de dólares; 4.100 millones sólo el año pasado. A diferencia de las automotrices como General Motors o Chrysler, Boeing tiene ventas aseguradas para los próximos años. Esto genera más bronca entre los trabajadores que ven cómo la empresa y los gerentes se llenan los bolsillos mientras les exigen sacrificios (por ejemplo, los ejecutivos cobrarán al jubilarse 50 veces más que un mecánico). El aumento en los gastos de salud de los trabajadores y sus familias es otro de los temas en cuestión: en 1978 el plan de salud de un obrero de Boeing cubría el 100% de sus necesidades; hoy no sólo no cubre los elevados costos sino que debe pagar cada vez más por medicamentos o consultas.
En una situación económica donde los alimentos y la nafta han elevado el costo de vida, el salario obrero –incluso en los sectores mejor pagos como la Boeing- ya no alcanza. En Seattle, donde se encuentra la planta más grande, la inflación del 4.6% (según datos oficiales) es superior a la media nacional sobre todo por el costo del combustible. Con este panorama, el aumento y el bono único de 2.500 dólares se esfumarían rápidamente.
La última huelga contra Boeing en 2005 resultó en un triunfo de los trabajadores que impidieron con su acción la rebaja salarial y eliminación de conquistas. Sin embargo, no fue suficiente para paliar la entrega de la burocracia sindical en 2002, cuando aceptó (con el 60% de rechazo de los trabajadores) un contrato donde se autorizaba a Boeing descentralizar la producción, que alentó la contratación de mano de obra barata no sindicalizada.
Desde 2005, cuando Boeing redujo a 18.000 los puestos de trabajo, la fuerza de los trabajadores viene aumentando, aunque la mayoría de los nuevos empleos no tienen los mismos derechos. Esto no ha impedido que los mecánicos de Boeing salgan a pelear unificados por aumento salarial, jubilaciones, plan de salud (en EE.UU. no existen las obras sociales ni la salud pública) y la garantía de continuidad laboral.
El telón de fondo de la huelga es la recesión y el desempleo. La desocupación trepó al 6.1% (casi 10 millones de desocupados, el nivel más alto desde 2003) con 84.000 despidos sólo en agosto de este año. Millones de personas fueron libradas a su suerte y sus casas son abandonadas o rematadas al no poder pagar las cuotas hipotecarias. Mientras el gobierno ofrece “soluciones” miserables a los sectores más castigados por la crisis, acaba de hacer un nuevo rescate multimillonario para salvar a las empresas de crédito hipotecario. En este marco, y bajo la constante amenaza de las relocalizaciones fuera del país y las duras derrotas que viene sufriendo la clase obrera estadounidense, la huelga de los mecánicos de Boeing adquiere una gran importancia y su triunfo podría plantear una perspectiva diferente a la traición histórica de la última huelga automotriz en 2007, donde la burocracia entregó en bandeja de plata los derechos de los trabajadores de las tres grandes automotrices General Motors, Ford y Chrysler.
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