15/11/14

El lado idealista de las noticias

Para La Izquierda Diario



The Newsroom marca el regreso a la televisión de Aaron Sorkin, autor de las siete temporadas de The West Wing, marca registrada del fin de la era clintoniana, y de las dos temporadas de Studio 60, que criticaba con cierta nostalgia la industria del entretenimiento (en el supuesto detrás de escena del mítico Saturday Night Live).
La escena que abre el primer episodio de la tercera temporada muestra a los protagonistas, Will y Mac, en medio de una conversación banal, cuando ven casi de reojo la noticia sobre los atentados en Boston de 2013. Inmediatamente esa realidad casi “doméstica” se deshilacha para dar paso al ritmo frenético de las noticias. Ese es el puntapié para la nueva temporada.
En la serie que recorre el día a día de un grupo de periodistas y productores de TV, Sorkin vuelve a las “quijotadas” culturales, como había ensayado en Studio 60, pero esta vez se mete con las noticias (yaabandonada la batalla política directa).
The Newsroom utiliza un recurso muy interesante, en lugar de usar noticias ficticias sobre países imaginarios (como sucedía en The West Wing, con Qumar, que no era otro lugar que Irak), vuelve sobre hechos reales recientes. La primera temporada, de 2012, arranca con el derrame de petróleo en el Golfo de México en 2011, que se transformó en una crisis del gobierno de Barack Obama.
Con este recurso, Sorkin transforma al público en su cómplice para emprender la crítica a los medios de comunicación, especialmente las cadenas de televisión. Los periodistas de The Newsroom buscan recuperar el carácter independiente de su profesión, en una sociedad polarizada, con la decadencia hegemónica de Estados Unidos como escenario (ilustrada en el discurso de McAvoy que abre la primera temporada).
Como le gusta hacer a Sorkin, los protagonistas encierran las aspiraciones de sus televidentes, todo aquello con lo que sueña la progresía norteamericana: la independencia política ante el bipartidismo (como el presidente de The West Wing, que no es demócrata ni republicano) o la defensa de la cultura ante la mercantilización (como Matt Albie y Danny Trip en Studio 60).
Algo similar sucede con Will McAvoy, republicano de centro que defiende la libertad y la igualdad, enfrentado a la derecha ultraconservadora del Tea Party. Con este singular Quijote, esclavo de su ego, Sorkin recorre hechos clave de la política norteamericana, incluidas las elecciones de medio término de 2010 y el triunfo del Tea Party, las presidenciales de 2012 cuando Obama es reelecto, el debate sobre la inmigración e incluso el nacimiento del movimiento Occupy Wall Street. Will, hay que decirlo, no tiene nada que perder en esta batalla salvo su reputación, es un millonario que puede lanzarse a cualquier aventura.
El staff de The Newsroom merece su artículo propio. La colección de personajes “secundarios”, que bien podrían tener su propia serie, se comen gran parte de los episodios. Charlie Skinner, mentor y jefe de Will, provocador nato, y al mismo tiempo reservorio de la moral norteamericana (para que ninguna crítica vaya más allá de lo deseado). Neal Sampat, el único realmente joven, que no fue atrapado por la respuesta última del cinismo o la desesperanza, y al contrario simpatiza con Occuppy y las manifestaciones en Egipto. Sloan Sabbith, una periodista financiera llena de rarezas, que gana protagonismo con la crisis económica, o Jim Harper, eficiente hasta el hartazgo, discípulo de Mackenzie, que encarna la búsqueda del periodismo “puro”. Ellos, entre muchos no mencionados arbitrariamente, forman parte del equipo de la redacción.
Las mujeres, como en otras series de Sorkin, son las que “enderezan el barco” y delinean la hoja de ruta. Suelen romper el mundo “masculino” de la política, la industria cultural o las noticias. Como en Studio 60, es una mujer la que llega a completar el menage à trois y trastoca los planes. Como Jordan McDeere en Studio 60, Mackenzie McHale es el motor de la transformación en The Newsroom. Ambas, aun siendo destinatarias de las aspiraciones románticas de los protagonistas, superan con altura el estatus de “objeto de deseo”.
Decir que Sorkin es un idealista es tan obvio como decir que el cinismo y la parodia han sido dos rincones donde se han refugiado la mayoría de las visiones críticas de la democracia capitalista. Pero como lo cortés no quita lo valiente, hay que decir que a pesar de sus vicios románticos y con una pila de contradicciones, Sorkin sigue metiéndose en la trama más incómoda y apasionante, la realidad.

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