20/1/15

El día de la mujer, el día de la revolución

Para La Izquierda Diario


¿Es una casualidad que el primer día de la Revolución de Febrero/Marzo haya coincidido con el Día de la Mujer? ¿Qué hizo el Estado conquistado con la Revolución de Octubre/Noviembre por emancipación de las mujeres? ¿Todo empezó en 1917?


Los años previos
En 1917, el Día de la Mujer comienza con una huelga de las obreras textiles, y se transforma en el primer día de la Revolución Rusa. Esa huelga no había sido la primera. Las luchas obreras entre 1905 y 1907 incluían en sus demandas las necesidades de las mujeres. No existió casi ninguna huelga que no mencionara de alguna manera demandas, como el pago de la licencia por maternidad, tiempo libre para la lactancia o la creación de guarderías en las fábricas.
En los años previos a la revolución, existía (entre muchas otras) una discusión sobre la organización de las mujeres trabajadoras dentro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Los dirigentes mencheviques se oponían expresamente; al contrario, los bolcheviques impulsaban su organización.
En 1911 empieza a celebrarse el Día de la Mujer. Otra vez surgen las diferencias: los mencheviques dicen que marchen solo las obreras, y los bolcheviques dicen que no, que esa fecha debía ser conmemorada por toda la clase obrera, hombres y mujeres.
En el Día de la Mujer de 1914, el Partido Obrero Socialdemócrata, por iniciativa de Lenin, publicó en San Petersburgo el periódico Rabotnitsa (La Obrera), periódico para mujeres trabajadoras. A pesar de que casi todas las editoras del periódico, entre ellas las dirigentes más importantes del bolchevismo: Inessa Armand, Nadezhda Krupskaia y Anna Ulianova-Elizarova, son detenidas, los doce mil ejemplares que estaban previstos para conmemorar el Día de la Mujer salieron a la luz.
En 1915, en la Tercera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Berna, participó una delegación de mujeres bolcheviques, transformando la reunión en uno de los primeros polos donde se agruparon los revolucionarios que se oponían a la política chauvinista de la socialdemocracia alemana, que apoyaba a su burguesía en la Primera Guerra. De esta conferencia saldrá la consigna popularizada por los bolcheviques de “Guerra a la guerra”.
La Revolución de Octubre
Luego de la toma del poder, las mujeres trabajadoras conquistan derechos con los que en Estados Unidos o Europa ni sueñan todavía: educación, derecho al voto, derecho al aborto, al divorcio, igual salario a igual trabajo, entre otros. La revolución, lejos del prejuicio alimentado por las visiones liberales y reformistas, no dejó nada para mañana ni pospuso los derechos de las mujeres como “temas secundarios”. Solo abrió un mundo nuevo para ellas.
Por primera vez las mujeres disponían de su vida, ya no dependían de su marido para tener documentos, o decidir dónde vivir. Obtuvieron acceso a la educación, ingresaron a las fábricas. La revolución puso todo en cuestión: el poder de la Iglesia, el matrimonio, las uniones libres, el amor, la sexualidad, la familia, la educación de niños y niñas, impulsaron la socialización del trabajo doméstico, entre tantas otras cuestiones de la vida cotidiana. El proceso no estuvo exento de contradicciones, tuvo avances y retrocesos, expresaba el desgarramiento entre la sociedad nueva por nacer y la vieja sociedad opresora que se derrumbaba.
El Código Civil de 1918, resultante de profundos debates y estudios de juristas, intelectuales y dirigentes bolcheviques, no tenía parangón en la legislación más avanzada de los países centrales europeos. Entre los objetivos de los esfuerzos estaba garantizar la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, pero especialmente trabajar en la transformación radical de todo aquello que obstaculizara la igualdad ante la vida, donde las mujeres permanecían atadas al trabajo doméstico, víctimas de opresivas costumbres ancestrales que era necesario arrancar de raíz de la cultura y la vida social soviéticas.
Y aunque las dificultades económicas y políticas (las medidas más audaces se tomaron al mismo tiempo que la URSS enfrentaba la guerra imperialista y la guerra civil) nunca fueron un freno para los bolcheviques y la generación de 1917, el atraso económico, las hambrunas y, especialmente, la derrota de la revolución en Europa, prepararon un camino de retroceso.
La reacción
En dirección absolutamente opuesta a los sueños libertarios de 1917, el régimen estalinista le rindió culto a la familia como herramienta de disciplinamiento social, condenó nuevamente a las mujeres al hogar, limitó el desarrollo de la socialización de los servicios de guarderías, lavaderos y comedores, desconoció las uniones libres y estableció el matrimonio civil cómo única unión legal, suprimió la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, volvió a penalizar la homosexualidad (como en tiempos del zarismo), criminalizó la prostitución y prohibió el aborto.
Junto con la persecución y la cárcel, los fusilamientos, el exilio y los juicios fraguados, paradójicamente en nombre del socialismo, se desacreditaron todas las ideas que se debatían ardientemente en los primeros años de la revolución. La reversión ideológica que emprendió estalinismo representó una tragedia, no solamente al destruir la posibilidad de edificar un nuevo orden social, sino que el partido que la llevaba adelante lo hizo presentándose a sí mismo como heredero de la revolución. Y como señala la historiadora Wendy Z. Goldman, autora de La mujer, el Estado y la revolución, “la tragedia más grande de todas es que las generaciones subsiguientes de mujeres soviéticas, desheredadas de los pensadores, las ideas y los experimentos generados por su propia Revolución, aprendieron a llamar a esto ‘socialismo’ y a llamar a esto ‘liberación’”.
Nada más lejos de la revolución que honró su compromiso con las mujeres, y peleó codo a codo con ellas para alcanzar su emancipación, y soñó una sociedad liberada de todas las miserias materiales. La generación que asaltó el cielo en Rusia del 17, imaginó nuevas formas de relaciones humanas, despojadas de la coerción, la represión, el despotismo y la mezquindad familiar. En palabras de Alexandra Kollontai: “Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de ‘unirse para siempre al ser amado’; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su ‘yo’, no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos para el amor” (“Carta a la Juventud Obrera”, 1921).

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