Quien lea cotidianamente los diarios en Argentina,
habrá notado ya el crecimiento alarmante de la violencia contra las mujeres.
Analizar los diarios de una semana es suficiente: en Argentina una mujer es
asesinada cada 30 horas.
Paola Acosta es la mujer asesinada número 11 en la provincia
de Córdoba en 2014. La semana anterior en Salta, el número de asesinadas llegó
a 13, cuando el gobierno provincial había declarado la emergencia para combatir
la violencia de género, una medida que para las organizaciones de mujeres de la provincia tiene mecanismos y resultados
inciertos.
Desde el 26 de
agosto, Melina Romero está desaparecida. Hace una semana, buscan su cuerpo que,
según declaraciones de supuestos testigos y los propios acusados de su muerte,
habría sido arrojado al arroyo Morón. Melina no solo sufrió la violencia en
carne propia, su vida y su muerte son materia de debate en canales de
televisión y redacciones de diarios.
Ambos casos ponen en discusión por
enésima vez la violencia que sufren las mujeres. Aquellas trágicas y
altisonantes: golpeadas por sus maridos, novios o familiares, violentadas en la
calle, violadas en los boliches, asesinadas por sus actuales o exparejas. Y las
trágicas y silenciosas: maltratadas en sus casas, acosadas en sus trabajos,
estigmatizadas por sus preferencias sexuales, en fin, discriminadas por su
género.
Melina es un
recordatorio de la misoginia y los prejuicios machistas, que apuntan contra las
mujeres, aun cuando son ultrajadas y asesinadas, especialmente las jóvenes. Las atacan y sospechan de ellas los medios de
comunicación, fiscales, jueces y policías. Las defienden sus amigas y amigos,
sus docentes, que conocen las condiciones en las que vive, trabaja
y estudia la juventud.
Paola es un
recordatorio del silencio que escuchan las mujeres y sus familias cuando
denuncian que son víctimas de violencia (a menudo revictimizadas en comisarías
y juzgados), y cuando denuncian desesperadas la desaparición de sus hermanas, madres y amigas.
Hoy marcharán en Córdoba exigiendo
justicia para Paola y para su hijita Martina, que sobrevivió la violencia que
mató a su mamá. La familia de Paola ya señaló sus sospechas sobre
el padre de Martina, y temen que una vez más una muerte quede impune porque el
acusado “tiene mucho dinero”.
Para Paola y Melina ninguna
“declaración de emergencia” es suficiente. La impunidad que gozan los “grandes
femicidas” y sus cómplices (públicos y privados), que manejan las redes que
secuestran y violan mujeres para explotación sexual, seguirá funcionando como
un manto de silencio e impunidad para la violencia que sufren las mujeres. A su
sombra, todas las muertes quedarán impunes, y ya nadie hablará de ellas en los
diarios.
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