El titular de Clarín sobre Melina causó repudio generalizado: “Una
fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. Melina está desaparecida
desde el 23 de agosto, se sospecha que la mataron y arrojaron su cuerpo al
arroyo Morón.
El de Clarín fue el titular más alevoso
pero no fue el único. En diarios y programas de televisión se habló de la vida
de Melina como si sus gustos, su ropa o su sexualidad fueran un justificativo
de la violencia. ¿Se lo merecía?
Pendeja trola, sin rumbo, fiestera, tiene
cinco perfiles de Facebook, estaba en una orgía. Son solo algunas de las cosas
que tienen para decir diarios y canales sobre la vida de la adolescente. ¿Se merecía
Melina su muerte?
A la sombra del tratamiento machista y
burdo existe un sinfín de estigmatizaciones más sutiles. Muchas han sido
denunciadas con justeza. Pero a menudo se despoja a las víctimas de su propia
vida, incluso a quienes fueron ultrajadas o asesinadas. Los medios suelen
dividirlas entre buenas y malas, vírgenes y putas, ángeles y demonios.
Así se obliga al público a elegir. Si se
reconocen en la víctima valores festejados por la sociedad patriarcal, se
defiende con celo su estatus de víctima sin cuestionar (aunque a veces sí) la
injusticia de la violencia. Pero si se reconoce en aquella mujer un gesto de
desafío, automáticamente la víctima está bajo sospecha.
Existen hasta diferentes formas de hablar
de las vícitmas: si una chica “buena” de 16 años es asesinada hablarán de la
“nena”, pero si una nena de 11 está embarazada será la “chica” a secas para
diferenciarlas. ¿Y si a la nena le gusta maquillarse y sacarse fotos?
Sacrilegio. ¿O ya quedó en el olvido el burdo tratamiento de Candela?
El único resultado de esta operación
mediática y social es que algunas muertes sean más “justificables” que otras.
Es lo que vemos hoy en vivo y en directo con la desaparición de Melina, a quien
se condena por no ser una chica “buena”, que va de la escuela a casa y de casa
a la escuela. Algo que ya demostraron otros casos, como Ángeles Rawson, no es
garantía de vida.
Se han rasgado las vestiduras de varios
conductores de televisión por la supuesta “orgía consentida”. Y para embarrar
todo, estas especulaciones se basan exclusivamente en testimonios de los
propios acusados, ¿los caballeros mediáticos de la moral aceptan su testimonio
sin titbuear? El estupor ante la orgía, ¿significa que de haber existido
justificaría la muerte de Melina? ¿La orgía es causa de muerte? ¿O es una forma
de condenar a la víctima, de hacerla menos digna de indignación?
Ya lo hicieron con Nora Dalmasso,
asesinada en 2006, registrada hasta el hartazgo en fotos donde baila y sonríe,
para recodarles a todas las mujeres que murió por practicar juegos sexuales o
por ser swinger, o simplemente por disfrutar de su sexualidad.
El mismo resultado tendrá toda relación
estigmatizadora. ¿Si hubiera existido una orgía eso haría a Melina merecedora
de su muerte? ¿Y si en lugar de Melina, la desaparecida fuera una persona en
situación de prostitución que es asesinada por un cliente, luego de tener sexo?
¿Sería escarmiento? Nadie respondería que sí a estas preguntas. Sin embargo, es
la respuesta que exudan frases como “Las pendejas están cada vez peor” o
“¿Viste cómo se viste, qué querés?”.
La violencia machista no hizo diferencias
con Ángeles ni con Melina. Pero los medios de comunicación y los prejuicios sí.
Cada “pendeja trola” justifica una violación. Cada sentencia sobre la
sexualidad de una mujer justifica su muerte violenta. Cada vez que se abona
esta idea, se refuerza la condena social que pesa sobre todas las mujeres.
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