Artículo que escribimos con Juan Andrés Gallardo en Ideas de Izquierda
Rupturas,
continuidades y una nueva generación obrera
Si existe
una desmentida categórica de la teoría del “fin de la clase obrera” es la
última década y media de la lucha del proletariado chino, y la extensión de la
resistencia a sus vecinos del Sudeste asiático.
Protagonista de uno de los procesos más interesantes, su último y
más nuevo exponente es la paralización de la fábrica Yue Yuen en la provincia
de Guandong (sur de China). La reciente huelga de 40.000 trabajadores reafirmó
la irrupción de la nueva generación obrera, que había tenido su punto de
inflexión en 2010, con las protestas en Foxconn y la huelga de la Honda.
Una de las
marcas registradas de las reformas de “apertura económica”, impulsadas por la
propia burocracia del Partido Comunista desde fines de los ‘70, fue la fuente
aparentemente inagotable de mano de obra de bajo costo. Estas reformas
significaron transformaciones drásticas en la vida de millones de trabajadores
y trabajadoras que abandonaron el campo para ir a trabajar a la industria. A
pesar de este gran movimiento migratorio interno, el gobierno central mantuvo
el hukou,
un viejo sistema de registro que asocia los beneficios sociales que goza un
individuo al lugar de nacimiento.
Este sistema
explica la discriminación que sufren los millones de trabajadores migrantes,
que viven lejos de sus pueblos. El hukou marca
el acceso (o no) a la vivienda, la salud y la educación, y transforma al
migrante en un ciudadano de segunda. Esta herramienta de control social puede
ser una de las próximas instituciones en caer en desgracia al mostrarse
disfuncional con respecto al modelo de crecimiento, que se basa en la migración
interna de 240 millones de personas.
Existe una
tensión hoy entre pelear por mayores derechos en las ciudades donde viven y
trabajan los migrantes, y mantener a su vez el hukou como
una “garantía” de derechos básicos en su lugar de origen. La explosión de la
industria manufacturera, que se estableció en las costas (como la zona
industrial en la rivera del río Pearl), se nutrió de mano de obra proveniente
del centro del país. Hay ciudades, como Dongguan (donde está la fábrica de
zapatillas Yue Yuen), en las que el 80 % de sus 8 millones de habitantes son
migrantes o hijos de migrantes. El fenómeno es masivo, por eso imprimió su
carácter en la nueva clase obrera. Millones de familias campesinas pobres soportaron
jornadas larguísimas y bajos salarios lejos de sus aldeas, con la promesa de
brindarles a sus hijos un futuro mejor.
Las reformas
económicas (la restauración capitalista) tuvieron un resultado contradictorio,
que incluyó el “surgimiento de un nuevo proletariado aglomerado en gigantescas
concentraciones obreras en los nuevos bastiones industriales, al tiempo que ha
significado el cierre y/o declinación de los viejos bastiones de la antigua
economía burocráticamente planificada”1. Este proceso impactó con
fuerza en la configuración de la clase obrera y sus luchas. En un primer
momento, esto resultó en un movimiento obrero “semiproletario” en el que
todavía pesaban las costumbres campesinas. Esa primera generación, educada en
el trabajo en el campo y la disciplina social de la aldea, vivió la llegada a
la industria, aun con ritmos de explotación brutales, como una mejora en sus
condiciones de vida.
Los hijos de
esa primera generación, nacidos después de 1980, que hoy componen el 60 % de la
clase obrera migrante, son los protagonistas del proceso actual. Los distingue,
en primer lugar, que no están resignados a soportar los abusos, bajos salarios
y malas condiciones de trabajo que habían impuesto los empresarios a sus
padres, su nivel educativo más alto (el 67.2 % terminó el secundario, casi un
20 % más que sus padres) y su identificación con la cultura urbana que afectó
también sus aspiraciones (solo el 11 % tiene experiencia en trabajo rural,
contra un 35.7 % entre sus padres). Esta es la nueva generación de trabajadores
migrantes, que está en el ojo de la tormenta de la resistencia obrera que
recorre el gigante asiático.
Foxconn,
Honda y el nacimiento de un proletariado moderno
En 2004 se
registró por primera vez escasez de mano de obra: “El número de trabajadores
jóvenes que ingresaron en la fuerza de trabajo empezó a estabilizarse durante
la década y luego comenzó a caer, lo que impactó severamente el sector
manufacturero, que tradicionalmente se basó en el empleo de trabajadores
adolescentes y jóvenes para operar en las líneas de producción”2. Y
esos obreros jóvenes, que por primera vez eran menos de los que necesitaba la
industria, no estaban dispuestos a trabajar 14 horas diarias por un salario
miserable.
El primer
quiebre que marcó esta nueva generación tuvo un signo trágico. La ola de
suicidios en la ciudad-fábrica Foxconn en 2010 desnudó las condiciones de
trabajo de la clase obrera china. Los obreros se suicidaban en un acto
desesperado de denuncia de las condiciones de esclavitud moderna en las fábricas
de Apple, un símbolo de estatus económico en el mundo entero. Las protestas y
los posteriores cambios (aumento de salarios, mejores condiciones, etc.)
marcaron el fin de un “modelo”. Esto se dio en el contexto de nuevas leyes
laborales como la Ley de Contratos de Trabajo (2008) y una serie de aumentos de
salario mínimo que se había mantenido estancado desde el año 2000.
El segundo
momento de este proceso fue la huelga de Honda en 2010. La demanda que disparó
el conflicto fue el aumento de salarios y el reconocimiento de sus propios
delegados (ver recuadro). La nueva generación obrera, joven, educada y urbana,
impuso su impronta: la huelga se lanzó desde un grupo de chat del popular QQ3,
paralizó la fábrica, y obligó a la empresa a aumentar el salario un 33 % y
reconocer el derecho de elegir delegados. Se disparó una ola de huelgas en el
sector de autopartes, pero sobre todo marcó un cambio de signo: de la “tragedia
obrera” en Foxconn a una dinámica más ofensiva4. Entre mayo y junio
de 2010 hubo 20 huelgas en empresas de autopartes, todas por aumentos de
salarios y mejores condiciones. Para fines de 2010 el 60 % de las empresas
habían acordado convenios, y a fines de 2011 el porcentaje llegó al 80 %.
En junio de
2011 hubo una huelga menos conocida en la fábrica de relojes Citizen, una
planta de 2.000 trabajadores (con buenos salarios y beneficios sociales). La
huelga tuvo dos demandas: el cambio de la organización de los turnos de trabajo
(porque afectaba las horas extras, que son voluntarias) y la eliminación de una
reunión corporativa de 10 minutos que se realizaba todos los días, a
expensas del tiempo libre de los trabajadores.
La demanda
de tiempo y la discusión sobre la organización del trabajo solo confirmó la
existencia de un proletariado moderno. La última huelga en el gigante del
calzado Yue Yuen (de propiedad taiwanesa), puede avizorar un nuevo “momento” en
la lucha obrera. El reclamo de la huelga fue el pago de pensiones adeudadas.
Esta acción, aunque mucho más grande que la de Honda, fue silenciada por la
prensa oficial justamente porque exige el pago de las pensiones que administra
el gobierno local. Y si hay algo que preocupa más que las huelgas es que se
politicen sus demandas. A los gobiernos locales no les hace ninguna gracia
ponerse firmes a la hora de hacer cumplir a los empresarios las leyes
laborales, ni que los trabajadores tilden de corruptos a los gobernantes, menos
aún cuando las acciones callejeras en las grandes ciudades pueden coincidir con
un malestar latente por otros problemas sociales como la vivienda o la salud.
Crisis,
relocalizaciones y el fantasma de un sujeto hegemónico
La presión
de este nuevo proletariado está generando una crisis para sostener la ventaja
“comparativa” de la economía China, su bajos salarios, pero a la vez empuja a
la transformación de su estructura productiva. En 2006, la productividad en
China era un 15 % de la de EE. UU.5, mientras que los salarios
equivalían a un 3 % de los estadounidenses. Desde entonces esta brecha se fue
cerrando, creció la productividad relativa (favorecida por la crisis en Europa
y EE. UU.) pero los salarios aumentaron aún más rápido.
Esto generó
un fenómeno doble, especialmente para el sector de la manufactura que basa su
margen de ganancia en la explotación intensiva de la mano de obra. Por un lado,
la reinstalación interna de grandes fábricas en el centro (alentada por
ventajas impositivas e inversión estatal en infraestructura –como parte de la
inyección masiva de dinero estatal para afrontar los efectos de la crisis
económica–, además del aprovechamiento de estudiantes como mano de obra casi
gratuita y la atracción de los sectores de trabajadores jóvenes que ya no ven
las ventajas de migrar a las costas). Por el otro, con la reorganización
posterior a la crisis del “modelo Foxconn”6, se produjo la
relocalización de fábricas medianas y pequeñas, que imposibilitadas de absorber
los nuevos costos de producción, se fueron de China en la búsqueda de mayores
márgenes de ganancias.
La
descentralización de la industria hacia otras regiones del país persigue tanto
el objetivo de mejorar las ventajas para los empresarios, como el de intentar
“descomprimir” la protesta obrera. Sin embargo, los resultados pueden ser
contradictorios. La política de relocalización de las empresas con la consecuente
urbanización de nuevas zonas une geográficamente lo que hasta ahora estaba
separado: las luchas obreras en los distritos industriales en las costas y el
descontento en las nuevas ciudades por vivienda, tierra y derechos políticos.
Existen
varias visiones sobre las perspectivas y el posible desarrollo de este proceso.
El China
Labour Bulletin en
su trabajo “A Decade of Change” plantea: “Cuando los migrantes están en una
fábrica lejos de casa no conocen a nadie, la protesta se limita al lugar de
trabajo. Cuando las fábricas están localizadas en el área donde viven los
trabajadores, tendrán la ventaja de las redes sociales y familiares para apoyar
sus demandas”7. Incluso visiones más escépticas, como la del teórico
Göran Therborn señalan:
Es verdad
que en países como en China y Vietnam, gobernados por el Partido Comunista, un
giro anticapitalista no es inconcebible, y sería factible, si se intentara. Aun
así, para que esto suceda debería haber un freno del crecimiento y una
movilización obrera efectiva contra la enorme desigualdad que el sistema ha
generado, que amenace la “armonía” o la cohesión social del capitalismo
comunista. Esto es imaginable pero altamente improbable, al menos en el mediano
plazo. Un escenario más prometedor podría surgir de la conexión de las luchas
en el lugar de trabajo con las de la comunidad, sobre vivienda, salud,
educación o derechos civiles8.
Otra visión
más optimista sobre la unión de la fábrica y la comunidad puede leerse en la
revista Jacobin:
“Aunque es algo claramente especulativo, vale la pena pensar cómo modificará la
dinámica de la resistencia obrera. Si antes la supuesta vida de los migrantes
era ir a trabajar a la ciudad por algunos años para ganar dinero antes de
volver a casa y empezar una familia, los trabajadores en el interior pueden
tener una perspectiva muy diferente. De repente, ya no están solo “trabajando”
sino también “viviendo” en un lugar en particular”9.
Con mayor o
menor grado de optimismo, vuelve a estar en debate la posibilidad de que el
proletariado juegue un rol hegemónico. La unidad geográfica del lugar de
trabajo y la comunidad, en primer lugar, desactiva el factor de aislamiento,
que hasta hoy ha jugado un papel importante para los capitalistas pero también
para el gobierno central. Y, lo más importante, abre nuevas posibilidades y
combinaciones en la lucha de clases.
Superexplotación,
ganancia y la vuelta del sepulturero
El
capitalismo busca constantemente aumentar sus márgenes de ganancia. En esa
búsqueda, relocaliza sus plantas en lugares “vírgenes”, usando a su favor la
baja subjetividad y la pobreza generalizada en países mayormente campesinos. De
China se extendió a países como Bangladesh, Vietnam o Camboya. Como en China,
transformó la aldea en ciudad y al campesino o “pobre urbano” en proletario. Y
esto lo hace de forma cada vez más acelerada. China, India, Bangladesh,
Indonesia, Vietnam y Camboya tienen una fuerza laboral combinada de 1.500
millones de personas, que corresponde a la mitad del total mundial. La acción
del capital sobre estos países ha generado un nuevo proletariado,
mayoritariamente joven y urbano (y en algunas ramas, como la textil,
esencialmente femenino).
Este
proletariado es moldeado por las formas más brutales de explotación
capitalista, cuyo símbolo actual es la masacre obrera de Rana Plaza en
Bangladesh10, que genera un rápido aprendizaje de lucha y
organización. Es cierto, por el momento histórico en el que surje el nivel de
organización y conciencia política son bajos, las condiciones son brutales,
pero el proceso parece irrefrenable.
Si un
capitalista leyera hoy el Manifiesto Comunista, se
espantaría por la actualidad de las palabras de Marx. Y no es que el mundo se
haya mantenido estático: los ritmos de producción se han acelerado, la
explotación del hombre por el hombre se ha modernizado (a la vez que asumió
formas brutales). Pero al final del día, como diría Marx, los capitalistas no
hacen más que producir sus propios sepultureros11. Y lo que los
preocupa y los alarma es que el ritmo de este proceso es cada vez más
acelerado.
***
MODELO
SINDICAL CHINO
Uno de los
resultados de la huelga en Honda fue la elección de delegados propios de los
trabajadores. Aunque este proceso se mantuvo como un fenómeno marginal, es
significativo ya que en China hay solo una central sindical, controlada por el
gobierno, la ACFTU (por sus siglas en inglés, All-China Federation of Trade
Unions). Esta central tiene una larga trayectoria de entrega y traición. Guardó
silencio durante el proceso de reestructuración de las empresas estatales que
resultó en el despido de millones de trabajadores. Durante los últimos años se
reconvirtió en “mediador” de los reclamos obreros individuales ante las
autoridades estatales, pero frente a los conflictos por fábrica actúa como un
apéndice de la política gubernamental y empresaria. No por nada lo primero que debieron
hacer los trabajadores de Honda cuando salieron a la huelga fue enfrentarse
físicamente a la burocracia que los empujaba para que vuelvan al trabajo.
Guo Chen,
líder de la ACFTU, dejó en claro el rol de la central: “A diferencia de los
sindicatos en Occidente, que siempre se ponen en contra del empleador, los
sindicatos chinos están obligados a impulsar el desarrollo de la corporación y
mantener relaciones laborales sanas”10.
Instintivamente,
los trabajadores jóvenes enfrentan a la burocracia, lo que expresa una
politización creciente y la germinación de demandas políticas, pero queda
planteada para la nueva generación una tarea enorme: la de conquistar sus
propias organizaciones para ponerlas al servicio de los intereses de su clase.
Blog de los
autores: teseguilospasos.blogspot.com.ar y sordoruido.blogspot.com.ar
Notas
1. Juan
Chingo, “Mitos y realidades de la China actual”, Estrategia
Internacional 21,
agosto 2005.
2. A
Decade of Change. The Workers’ Movement in China 2000-2010, marzo 2012,
disponible en www.clb.org.hk.
3.
Equivalente chino del Whatsapp en Argentina.
4. Según el China
Labour Bulletin, antes de 2010 solo el 17 % de las protestas eran para
conseguir nuevas conquistas y después, las huelgas “ofensivas” pasan a
representar el 30 % (sobre todo en autopartes).
5. Ver
www.conference-board.org/data/economydatabase.
6. Juan
Chingo, “La emergencia del nuevo movimiento obrero chino”, 10/06/2010,
disponible en www.pts.org.ar.
7. Op.
cit.
8. Göran Therborn, “New Masses?”, New Left Review 85,
enero-febrero 2014. Therborn
tiene una visión escéptica de la clase obrera como un sujeto histórico
antagónico al capitalismo y, en su lugar, prefigura una alianza de distintas
fuerzas sociales, entre las cuales la clase obrera es un actor social más. Ver
“Class in the 21st Century”, New Left Review 78,
noviembrediciembre 2012 y el artículo citado.
9. Eli
Friedman, “China in revolt”, Jacobin, agosto 2012.
10. Juan
Andrés Gallardo, “Huelgas obreras en Bangladesh”, 14/11/2013, disponible en
www.pts.org.ar.
11. En el Manifiesto
Comunista Marx
dice: “Con el desarrollo de la industria, pues, la burguesía ve desaparecer
bajo sus pies la base misma que le permite producir y apropiarse la producción.
Antes que nada, produce sus propios sepultureros”.
10. Unity
is Strength. The Workers’ Movement in China 2009-2011, octubre 2011, disponible
en www.clb.org.hk.
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