13/5/13

Defender nuestros derechos pero cuestionarlo todo


De las otras yerbas (continuando el debate sobre “Es una nena”) 
Ya en el post anterior discutimos sobre el sketch “La nena”, y los debates que abrió (y no abrió) sobre la imagen de las mujeres en los medios, el abuso o violencia, entre otros.
Ahora apuntamos a otros debates, unidos íntimamente a las discusiones que se dan (y no) en primer plano y aquellas que están ausentes de los medios oficialistas y opositores. Muchos dicen, no es una niña, tiene 16 o 17 años. Nosotros no tenemos ningún interés en abordar la discusión desde una óptica moralista ya que puede existir una relación consentida entre una persona adolescente y otra adulta. Y nos preguntamos, si el debate no se planteara alrededor de un programa de humor machista y se mostrara sencillamente una relación consentida entre un adolescente y un adulto, ¿los “bandos” serían los mismos? ¿Y si se tratara de dos mujeres o dos varones, o personas trans?
El problema reside en lo siguiente: ¿La crítica puntual está ligada a algún cuestionamiento a la doble moral que inunda esta sociedad patriarcal, donde se festeja el humor machista pero se critican las relaciones que escapan a la norma por la edad o la orientación sexual de sus participantes? ¿Existe algún cuestionamiento a la doble moral de un Estado que critica –mediante sus cuestionables voceros– el machismo de un programa de TV en defensa de la niñez mientras permite que se esclavicen niños y niñas cotidianamente?
Sobre eso se trata este post.

Exigimos nuestros derechos pero no aceptamos esta sociedad 
Que todos queremos acabar y evitar el abuso contra cualquier persona es la obviedad más grande del mundo (al menos entre quienes peleamos por un mundo sin explotación ni opresión).
Sin embargo, en nuestra pelea contra la opresión se desprenden otros debates acerca de cuál es nuestra perspectiva y qué creemos que es posible conquistar en el marco de una sociedad profundamente clasista, atravesada por valores que expresan los intereses y aspiraciones de una minoría social como son los capitalistas (empresarios, terratenientes, etc.).
Por eso creemos que es necesario, al mismo tiempo que exigimos derechos democráticos elementales, cuestionar el rol del Estado burgués, su justicia y todas sus instituciones como “policía moral” de todo lo que sucede en la sociedad.
Y a propósito de esto, nos preguntamos si todos los sectores que debaten hoy sobre un programa de televisión en particular cuestionan también la doble moral del Estado capitalista, de sus jueces y funcionarios.
En Argentina, la muerte de Ezequiel Ferreyra en 2007 puso al desnudo la realidad de 500.000 niños y niñas que trabajan (cifra que según el poco confiable INDEC dice que hay bajado a menos de la mitad en el último censo), la mayoría de ellos en condiciones semiesclavas en granjas y talleres clandestinos. Cuando de ganancias se trata, poco le importa la edad al Estado, que presta servicio a los empresarios y terratenientes, mientras los burócratas sindicales, como el Momo Venegas de UATRE, hacen la vista gorda.
Porque si los niños son realmente son niños, así como es necesario garantizar su derecho a no ser violentados o abusados es igual de real su derecho a no ser esclavizados en un taller clandestino o una granja. Y sin embargo, no existen denuncias del AFSCA o de bancadas de la oposición patronal haciendo denuncias sobre esto.
Tampoco está el AFSCA inundado de denuncias sobre las repetidas reproducciones de machismo, misoginia, violencia y demás delicias de la televisión (limitándonos a la televisión). Ni se denuncia tampoco la naturalización de muchas otras situaciones que se presentan como “naturales”, y de esta forma buscan legitimar socialmente.

Queremos todos los derechos, pero también queremos otra sociedad 
Existe un sentido común en la sociedad actual que concibe todo derecho civil como algo que el Estado (burgués, a riesgo de repetir) “otorga” y mediante ese sencillo acto se avanza contra la opresión, porque elimina la discriminación, la violencia, etc. Sin embargo, esto no es así en la vida real (algo que sabemos muy bien todos aquellos que sufrimos cualquier tipo de opresión). Es muy frecuente también que se alimente la idea de “otorgar”, eliminando el rol de las masas que con su movilización y su lucha exigen, cuestionan y conquistan derechos. Ningún derecho ha sido dádiva o regalo de ningún gobierno. Las mayores conquistas coinciden con las más grandes movilizaciones, y no por casualidad los mayores cuestionamientos a diferentes tipo de opresión (racial, de las mujeres, sexual, etc.) se dieron como parte de un cuestionamiento más general al capitalismo, como sucedió durante la década del ’68, marcada por la rebelión obrera y estudiantil en Europa y el mundo entero.
El espíritu de esta época, la miseria de lo posible, que en Argentina tiene su expresión en la quimera del progresismo kirchnerista, nos ha querido convencer de que la ampliación de algunos derechos civiles, es el techo “natural” de los movimientos que luchan por la liberación. Un techo que, lamentablemente, muchos movimientos han aceptado, y que se ha traducido en muchos casos en la defensa de instituciones y valores conservadores.
Y esto no es una excepcionalidad argentina. En la mayoría de las democracias imperialistas, el feminismo, que en los años ’60 y ’70 había hecho una crítica mordaz a los valores y la moral burguesa, la institución de la familia, el sometimiento de las mujeres, terminó adaptando su agenda a una vía institucionalizada. Los cuestionamientos a la familia se transformaron en reclamos de defensa de derechos sin cuestionar la familia (incluso alentándola), la doble opresión de las mujeres trabajadoras, entre otros. Así, abandonaron la perspectiva revulsiva de la liberación femenina, sexual, que en sus puntos más álgidos vio en la revolución y la lucha contra el capitalismo, la única vía para su lucha.

Pensar otra sociedad
Ante la resignación de “lo posible” dentro de los marcos del capitalismo, nosotros vemos otra perspectiva, cuyo impulso no es otro que la revolución obrera, el asalto al poder burgués y la construcción de una nueva sociedad sobre otras bases.
La Revolución Rusa de 1917 planteó esa posibilidad hace casi 100 años. Y el capitalismo es un orden social tan decadente que todavía no ha sido capaz de superar muchas de las perspectivas planteadas por el poder la clase obrera, a pesar de su corta experiencia y todos los límites que debió enfrentar.
A pesar de que la experiencia más creativa y liberadora del poder de los soviets tuvo muchos límites objetivos (el atraso, los propios límites de la época, aunque es imposible describir en pocas líneas el duro contexto social), la revolución rusa significó el avance en muchos debates sobre emancipación y derechos civiles. No solo sobre los derechos en sí sino en la forma en cómo se garantizan o realizan.
En ese marco, se liberaron de cualquier atadura feudal y atrasada muchas discusiones sobre sexualidad, liberación femenina, familia, entre otros. Muchos quizás no lo sepan, pero hace 100 años cuando todas las democracias de Europa perseguían y encarcelaban a los homosexuales, el poder de los soviets despenalizó la homosexualidad. Esta medida era parte de la idea de que al despojar las relaciones entre las personas de todas las ataduras económicas, se podrían desarrollar libremente lejos de los prejuicios, tabúes y las normas burguesas.
Las personas, sin importar su género, su edad o su orientación sexual serían sujetos capaces de entablar relaciones basadas en el afecto y el respeto mutuo. Se cuestionó la posición de las mujeres, garantizando sus derechos básicos y sentando las bases para su liberación: se estableció el derecho al divorcio, al aborto, las mujeres ingresaron a la educación, al trabajo, se buscó la socialización del trabajo doméstico, entre otras medidas.
En el mismo sentido, se cuestionaron todas las relaciones que se basaban en jerarquías, empezando por las relaciones familiares y personales. Niños, niñas y adolescentes fueron invitados a participar de los debates sobre medidas que afectaban sus vidas. Se eliminaron los exámenes de las escuelas, los estudiantes se organizaban para discutir los contenidos y los métodos de la educación. Se llegó a discutir la posibilidad de establecer comunidades donde los niños participaran de todas las decisiones, ¿había que seguir criando a los niños igual que antes? Si en la familia se reproducían todas las relaciones jerárquicas que la revolución cuestionaba, ¿no era momento de cuestionarla? Así, todos los órdenes de la vida empezaron a cuestionarse.
Como parte de este cuestionamiento, se puso en cuestión la idea de “mayoría de edad”. Ya desde antes de la toma del poder (durante los años en los que se desarrolló el proceso revolucionario), en Rusia se venía discutiendo cómo establecer el límite de edad, que siempre estaba atado a definiciones religiosas y tabúes sociales. Durante los primeros años de la revolución, como parte de varias discusiones relacionadas con la sexualidad y las relaciones interpersonales, se cuestionó esta posibilidad de establecer una edad arbitrariamente. No sin debates y contradicciones, se terminó definiendo que en lugar de hablar de minoría o mayoría de edad, era necesario hablar de “madurez sexual”, que podía variar entre los 13 y los 16 años dependiendo de las circunstancias. La posibilidad de que las personas tuvieran “autonomía sexual” (que pudieran decidir) no sería un límite arbitrario como es hoy, donde no pueden medirse condiciones materiales o características personales (como sucede en el derecho burgués, donde nada de esto importa realmente), sino una combinación de factores.
Lo más interesante de estas discusiones fue que todas las leyes que se establecieron para defender a las mujeres, niños y adolescentes de la violencia patriarcal (que pervivía en la sociedad, algo que estaba muy presente en todos los debates de los primeros años), se centraban en penalizar aquellas acciones donde había violencia o no existía consentimiento.
Por supuesto, sería irreal pensar que esta idea existía por fuera de los límites y tabúes de la época; estos límites existían pero no impidieron avances enormes en materia de derechos, y que la legislación soviética siga siendo una fuente de debates durante décadas. Y esos avances no fueron el resultado de esfuerzos juristas expertos o ampliaciones graduales, surgieron de la revolución, que abrió nuevas posibilidades para millones de hombres y mujeres. ¿Peleamos exactamente por esto? ¿Creemos en recetas? No, pero sí peleamos para que llegue el momento en que todo vuelva a estar en cuestión.

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