La crisis social y las elecciones en Estados Unidos
Un sombrío telón de fondo (Publicada en FT-CI)
En estas elecciones presidenciales los porcentajes de los candidatos no son los únicos números en danza. Las cifras de la enorme crisis social en ciernes están a la vista. Desocupación, pobreza, desaceleración de la economía y caída de las ventas, entre otras, completan el complicado escenario político al final de los ochos años de gobierno republicano.
Dia tras día se conocen cifras que hacen cada vez más evidente la enorme crisis social en el corazón de Estados Unidos. El último informe de desempleo sólo confirma la realidad que viene sufriendo la clase trabajadora estadounidense: el 6.1% está desocupado, y la cifra trepa al 11.9% si se considera a los subempleados (el porcentaje más alto en los últimos 14 años). Ya existen más de 10 millones de desempleados, un 25% más que a principios de año (40% más que en marzo de 2007). Y son un total de 17 millones si se cuenta a quienes ya están “desanimados” y no buscan trabajo o trabajan part-time (porque no encuentran trabajo de tiempo completo). El panorama no es alentador: se estima que por cada puesto de trabajo que se crea, existen casi 3 nuevos desocupados (cifras de Economic Policy Institute y al censo oficial). Los pronósticos auguran que la desocupación este año llegará al 7% según los cálculos más “optimistas” y al 9% según los más pesimistas.
Ya nadie tiene reparos en hablar de recesión y no es para menos: los últimos datos atestiguan que la economía se contrajo un 0.3% el pasado trimestre, el consumo -que representa 2/3 de la actividad económica del país- cayó 3.1% (anuncio del Departamento de Comercio de EE.UU.). Al tendal de la desocupación se suma el endeudamiento masivo de las familias trabajadoras, las más golpeadas por la crisis del mercado hipotecario. A mitad de año, 1 de cada 416 hogares había recibido una notificación de ejecución hipotecaria, en septiembre 265.968 hipotecas fueron ejecutadas (y se calcula que 2 millones de las viviendas compradas con un crédito subprime correrán la misma suerte). El resultado, además de las enormes pérdidas económicas, se traduce en la escalofriante imagen de las “ciudades-carpa” que se desparramaron alrededor de grandes ciudades como Los Angeles y San Francisco. Y aunque todavía se trata de un fenómeno restringido, ya son la marca registrada de la decadencia social que se vive al interior del país más rico del mundo, junto con el aumento de vales de comida (ascendió a 28 millones la cantidad de personas que dependen de esa ayuda estatal). Cada vez son más quienes no pueden pagar las cuotas que representan en muchos casos más de la mitad de sus ingresos. El salario real medio cayó un 1.6% durante el último año, consecuencia del estancamiento salarial, el aumento de los precios y el endeudamiento. La realidad no es mejor para quienes ya no trabajan, ya que la crisis financiera representó una pérdida de 2 billones de dólares en jubilaciones (que como el régimen de AFJP en nuestro país cotizaban en la bolsa).
Las principales automotrices, el corazón -enfermo- de la industria, anunciaron importantes caídas en sus ventas. Chrysler, Ford y General Motor declararon que sus ventas cayeron un 35%, 30% y 45% respectivamente. Las “Tres Grandes”, como se conoce a estas empresas, lanzaron un pedido de auxilio (respaldado por 6 gobernadores, encabezados por el de Michigan -hogar de las fábricas-) para que el gobierno las rescate como hizo con los bancos. Incluso Chrysler y General Motors están negociando una fusión para evitar la bancarrota que, de concretarse, podría significar el despido de al menos 50.000 trabajadores ya que la patronal dice no poder costear los gastos de mano de obra.
El impacto de la crisis es una herida profunda en el ya castigado bolsillo de los trabajadores y los sectores medios empobrecidos: antes de la crisis, más de 51 millones vivían en la pobreza, 50 millones no tenían seguro médico y 35 millones pasaron hambre. La diferencia entre las empresas y los trabajadores y sectores populares es que las primeras reciben la ayuda del gobierno (que desembolsa el dinero recaudado de los impuestos pagados por el pueblo trabajador) y los segundos son librados a su suerte.
Polarización social
La incertidumbre económica alimentó el descontento popular con el gobierno de Bush y las cicatrices más escabrosas que deja su legado. Esto terminó de expresarse ayer en el amplio triunfo de Barack Obama (amplificando el rechazo que significó el triunfo de los demócratas en las elecciones parlamentarias de 2006). Las imágenes de la gente esperando el discurso de Obama son una muestra de las enormes expectativas que genera el futuro gobierno demócrata, que han canalizado el descontento (ver artículo central).
Pero a la par de este amplio proceso, se han venido expresando también importantes sectores reaccionarios, que a falta de una mejor alternativa se alinearon detrás de la fórmula republicana de McCain-Palin. Estos sectores, a quienes Bush les debe su reelección en 2004, representan las tendencias más conservadoras que existen dentro de al sociedad, y se han expresado alrededor de temas sociales relevantes en EE.UU. como el matrimonio entre personas del mismo sexo, el derecho de las mujeres al aborto, el estudio de células madre y otros. Estos sectores representaron el 46% del “voto popular” a favor de McCain (ver recuadro).
Estos sectores son también los que, amparados en la propaganda anti-inmigrante y anti-latinos de los últimos años, buscan la deportación masiva o la persecución de trabajadores inmigrantes indocumentados para “limpiar” EE.UU. y salvaguardar los auténticos “valores americanos”. Cabe recordar que el debate sobre la Reforma Migratoria de 2006 que motorizó la inédita movilización de trabajadores inmigrantes del 1 de mayo de ese año, avivó también las tendencias racistas al interior de la sociedad estadounidense.
Prueba de esto es el hostigamiento a la comunidad latina o negra y peor aún, el aumento de los crímenes motivados por el odio racial. Durante los 8 años de gobierno republicano las organizaciones neo-nazis, racistas y anti-inmigrantes crecieron de 600 a casi 900. Durante el segundo gobierno de Bush, sólo los crímenes racistas contra los latinos crecieron un 40% (de 425 en 2003 a casi 600 en 2007, según Southern Poverty Law Center).
Pero esto no es más que una expresión extremadamente reaccionaria de la persecución y hostigamiento a nivel estatal que sufren los latinos en general y los inmigrantes indocumentados en particular. Sólo en 2007, 35.000 personas fueron arrestadas (el doble que en 2006) en los temidos raids de la policía migratoria (ICE) que irrumpe en los lugares de trabajo, barrios y hasta en las escuelas para detener niños y niñas. Cada redada puede ir de 300 hasta 1.200 detenidos, una parte importante de los cuales son deportados, obligados a abandonar familiares y amigos.
A un nivel más profundo, lo que se ha venido develando estos últimos años es una gran polarización social, que la crisis económica no hará más que profundizar. Y en este sentido las consecuencias de la crisis con las que deberá lidiar el gobierno de Obama se mezclarán tanto con las expectativas, como con la resistencia de los sectores más conservadores.
Esta crisis puede motorizar la movilización y la lucha de los trabajadores, pero al mismo tiempo puede alentar tendencias reaccionarias de los sectores que fueron la base social de los años neoliberales, quienes se resistirán al trastocamiento de su estilo de vida. Ya empezamos a verlos en quienes acusan a Obama de querer “redistribuir la riqueza” (ante el amague de un supuesto alivio impositivo a los sectores empobrecidos) y “robarle a los ricos para darle a los pobres”. Esta resistencia que se expresa de forma política y como reacción cultural, adquirirá formas más extremas de las que hoy conocemos.
La única fuerza capaz de enfrentar la barbarie y la degradación que prepara el capitalismo es la clase social más poderosa, los más de 150 millones de trabajadores y trabajadoras. En ese camino, la clase obrera de EE.UU. tendrá, no sólo que sacarse de encima la enorme traba de la burocracia sindical pro patronal, sino unirse a los sectores más explotados, mujeres, jóvenes, latinos y afroamericanos, y al conjunto de oprimidos y explotados dentro y fuera de Estados Unidos, cuya movilización fortalece su lucha.
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Racismo made in USA
Las comunidades negra y latina (especialmente los indocumentados) vienen siendo los sectores más castigados de la crisis. Desde el vamos, existe una diferencia salarial justificada sólo por el color de la piel: un trabajador negro cobra el 72.1% del salario de uno blanco, y un latino un 57.5% (es evidente que el porcentaje baja aún más cuando se trata de indocumentados). Las mujeres de todos los grupos étnicos perciben un salario por debajo de sus pares varones (siendo las latinas las más pobres).
Aunque son minoría de la población total y en la fuerza laboral, los pobres entre los latinos (21.9%) y afroamericanos (24.7%) son más del doble que entre los blancos (10.8%) y son una desproporcionada de los trabajos precarios y de bajos salarios. Esta discriminación racial se basa en una profunda desigualdad social: en los últimos 30 años, el ingreso del 5% más rico creció cerca de un 42%, mientras que el del 80% más pobre sólo aumentó un 10% (Economic Policy Institute).
Los latinos son un sector que, mediante luchas duras, intenta recuperar métodos y organizaciones de lucha, puede jugar un rol progresivo en la lucha de los trabajadores en EE.UU. Así lo demostraron las movilizaciones de 2006 y su significativa tasa de sindicalización a pesar de las condiciones adversas (10% de los 20 millones de trabajadores latinos está organizado, una tasa mayor que la media). Aunque existen grandes prejuicios raciales y desigualdades, incluso entre negros y latinos, que son alentadas por la patronal y la burocracia sindical las utiliza para minar las fuerzas de la clase obrera, la lucha de los sectores más explotados no puede sino revitalizar su lucha.
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Democracia imperialista
Existe en estos momentos un (falso) sentido común, alentado hasta el hartazgo por los grandes medios, de que no hay nada mejor que la democracia de EE.UU. En EE.UU. el voto es voluntario (sólo hay que anotarse para votar), y aunque hoy se subraya la alta participación que podría alcanzar el récord histórico de 130 millones de votantes, poco se habla de cómo funciona el sistema electoral.
El voto a presidente es indirecto. Cada uno de los estados tiene una cantidad de “delegados” al Colegio Electoral (la institución que decide el presidente), donde se necesitan 270 delegados para ganar indiscutiblemente. La proporción de delegados del estado varía según la población, por cada uno: 2 senadores (igual para todos) y la cantidad de representantes al Congreso (diputados) en proporción a su población. Por eso los estados más disputados son los que tienen muchos habitantes como, por ejemplo, California (55 delegados: 2 senadores y 53 diputados). Excepto en dos estados, Nebraska y Maine, el que gana la mayoría (aunque sea por 1 voto) se lleva todos los delegados. De esta forma, aunque el triunfo en cantidad de delegados haya sido aplastante (en este caso, 349 para Obama contra 163 para McCain), el voto popular se dividió entre 53% para Obama y 46% para McCain. Al mismo tiempo se votan, estos sí de forma directa, todos los diputados y un tercio de los senadores.
Pero el sistema electoral norteamericano parte de premisas todavía más restrictivas: sólo existen dos partidos con posibilidad de presentarse, uno de los “requisitos” es ser (de mínima) un millonario con acceso al financiamiento de las grandes empresas. Se estima que esta carrera electoral fue una de las más caras de la historia: se recaudaron 900 millones de dólares entre las campañas republicana y demócrata. Aunque existe el derecho formal a que cualquiera se presente a elecciones, es imposible equiparar los esfuerzos de las maquinarias de los dos grandes partidos.
En EE.UU. las elecciones son los martes, un día laboral para la mayoría, y son contadas las excepciones de empresas y fábricas dan el día libre para votar. De más está decir que una gran parte de la comunidad latina, que no puede acceder al mínimo derecho de ser ciudadano, está excluida de esta “gesta democrática”. Otro sector marginado es la comunidad negra. En gran parte del país está restringido el voto a quienes hayan estado presos (sin importar el cargo o si la pena ha sido cumplida), este sería un dato más si no fuera que EE.UU. tiene la población carcelaria más grande del mundo (más de 2 millones), donde los negros son el 35%.
Un sombrío telón de fondo (Publicada en FT-CI)
En estas elecciones presidenciales los porcentajes de los candidatos no son los únicos números en danza. Las cifras de la enorme crisis social en ciernes están a la vista. Desocupación, pobreza, desaceleración de la economía y caída de las ventas, entre otras, completan el complicado escenario político al final de los ochos años de gobierno republicano.
Dia tras día se conocen cifras que hacen cada vez más evidente la enorme crisis social en el corazón de Estados Unidos. El último informe de desempleo sólo confirma la realidad que viene sufriendo la clase trabajadora estadounidense: el 6.1% está desocupado, y la cifra trepa al 11.9% si se considera a los subempleados (el porcentaje más alto en los últimos 14 años). Ya existen más de 10 millones de desempleados, un 25% más que a principios de año (40% más que en marzo de 2007). Y son un total de 17 millones si se cuenta a quienes ya están “desanimados” y no buscan trabajo o trabajan part-time (porque no encuentran trabajo de tiempo completo). El panorama no es alentador: se estima que por cada puesto de trabajo que se crea, existen casi 3 nuevos desocupados (cifras de Economic Policy Institute y al censo oficial). Los pronósticos auguran que la desocupación este año llegará al 7% según los cálculos más “optimistas” y al 9% según los más pesimistas.
Ya nadie tiene reparos en hablar de recesión y no es para menos: los últimos datos atestiguan que la economía se contrajo un 0.3% el pasado trimestre, el consumo -que representa 2/3 de la actividad económica del país- cayó 3.1% (anuncio del Departamento de Comercio de EE.UU.). Al tendal de la desocupación se suma el endeudamiento masivo de las familias trabajadoras, las más golpeadas por la crisis del mercado hipotecario. A mitad de año, 1 de cada 416 hogares había recibido una notificación de ejecución hipotecaria, en septiembre 265.968 hipotecas fueron ejecutadas (y se calcula que 2 millones de las viviendas compradas con un crédito subprime correrán la misma suerte). El resultado, además de las enormes pérdidas económicas, se traduce en la escalofriante imagen de las “ciudades-carpa” que se desparramaron alrededor de grandes ciudades como Los Angeles y San Francisco. Y aunque todavía se trata de un fenómeno restringido, ya son la marca registrada de la decadencia social que se vive al interior del país más rico del mundo, junto con el aumento de vales de comida (ascendió a 28 millones la cantidad de personas que dependen de esa ayuda estatal). Cada vez son más quienes no pueden pagar las cuotas que representan en muchos casos más de la mitad de sus ingresos. El salario real medio cayó un 1.6% durante el último año, consecuencia del estancamiento salarial, el aumento de los precios y el endeudamiento. La realidad no es mejor para quienes ya no trabajan, ya que la crisis financiera representó una pérdida de 2 billones de dólares en jubilaciones (que como el régimen de AFJP en nuestro país cotizaban en la bolsa).
Las principales automotrices, el corazón -enfermo- de la industria, anunciaron importantes caídas en sus ventas. Chrysler, Ford y General Motor declararon que sus ventas cayeron un 35%, 30% y 45% respectivamente. Las “Tres Grandes”, como se conoce a estas empresas, lanzaron un pedido de auxilio (respaldado por 6 gobernadores, encabezados por el de Michigan -hogar de las fábricas-) para que el gobierno las rescate como hizo con los bancos. Incluso Chrysler y General Motors están negociando una fusión para evitar la bancarrota que, de concretarse, podría significar el despido de al menos 50.000 trabajadores ya que la patronal dice no poder costear los gastos de mano de obra.
El impacto de la crisis es una herida profunda en el ya castigado bolsillo de los trabajadores y los sectores medios empobrecidos: antes de la crisis, más de 51 millones vivían en la pobreza, 50 millones no tenían seguro médico y 35 millones pasaron hambre. La diferencia entre las empresas y los trabajadores y sectores populares es que las primeras reciben la ayuda del gobierno (que desembolsa el dinero recaudado de los impuestos pagados por el pueblo trabajador) y los segundos son librados a su suerte.
Polarización social
La incertidumbre económica alimentó el descontento popular con el gobierno de Bush y las cicatrices más escabrosas que deja su legado. Esto terminó de expresarse ayer en el amplio triunfo de Barack Obama (amplificando el rechazo que significó el triunfo de los demócratas en las elecciones parlamentarias de 2006). Las imágenes de la gente esperando el discurso de Obama son una muestra de las enormes expectativas que genera el futuro gobierno demócrata, que han canalizado el descontento (ver artículo central).
Pero a la par de este amplio proceso, se han venido expresando también importantes sectores reaccionarios, que a falta de una mejor alternativa se alinearon detrás de la fórmula republicana de McCain-Palin. Estos sectores, a quienes Bush les debe su reelección en 2004, representan las tendencias más conservadoras que existen dentro de al sociedad, y se han expresado alrededor de temas sociales relevantes en EE.UU. como el matrimonio entre personas del mismo sexo, el derecho de las mujeres al aborto, el estudio de células madre y otros. Estos sectores representaron el 46% del “voto popular” a favor de McCain (ver recuadro).
Estos sectores son también los que, amparados en la propaganda anti-inmigrante y anti-latinos de los últimos años, buscan la deportación masiva o la persecución de trabajadores inmigrantes indocumentados para “limpiar” EE.UU. y salvaguardar los auténticos “valores americanos”. Cabe recordar que el debate sobre la Reforma Migratoria de 2006 que motorizó la inédita movilización de trabajadores inmigrantes del 1 de mayo de ese año, avivó también las tendencias racistas al interior de la sociedad estadounidense.
Prueba de esto es el hostigamiento a la comunidad latina o negra y peor aún, el aumento de los crímenes motivados por el odio racial. Durante los 8 años de gobierno republicano las organizaciones neo-nazis, racistas y anti-inmigrantes crecieron de 600 a casi 900. Durante el segundo gobierno de Bush, sólo los crímenes racistas contra los latinos crecieron un 40% (de 425 en 2003 a casi 600 en 2007, según Southern Poverty Law Center).
Pero esto no es más que una expresión extremadamente reaccionaria de la persecución y hostigamiento a nivel estatal que sufren los latinos en general y los inmigrantes indocumentados en particular. Sólo en 2007, 35.000 personas fueron arrestadas (el doble que en 2006) en los temidos raids de la policía migratoria (ICE) que irrumpe en los lugares de trabajo, barrios y hasta en las escuelas para detener niños y niñas. Cada redada puede ir de 300 hasta 1.200 detenidos, una parte importante de los cuales son deportados, obligados a abandonar familiares y amigos.
A un nivel más profundo, lo que se ha venido develando estos últimos años es una gran polarización social, que la crisis económica no hará más que profundizar. Y en este sentido las consecuencias de la crisis con las que deberá lidiar el gobierno de Obama se mezclarán tanto con las expectativas, como con la resistencia de los sectores más conservadores.
Esta crisis puede motorizar la movilización y la lucha de los trabajadores, pero al mismo tiempo puede alentar tendencias reaccionarias de los sectores que fueron la base social de los años neoliberales, quienes se resistirán al trastocamiento de su estilo de vida. Ya empezamos a verlos en quienes acusan a Obama de querer “redistribuir la riqueza” (ante el amague de un supuesto alivio impositivo a los sectores empobrecidos) y “robarle a los ricos para darle a los pobres”. Esta resistencia que se expresa de forma política y como reacción cultural, adquirirá formas más extremas de las que hoy conocemos.
La única fuerza capaz de enfrentar la barbarie y la degradación que prepara el capitalismo es la clase social más poderosa, los más de 150 millones de trabajadores y trabajadoras. En ese camino, la clase obrera de EE.UU. tendrá, no sólo que sacarse de encima la enorme traba de la burocracia sindical pro patronal, sino unirse a los sectores más explotados, mujeres, jóvenes, latinos y afroamericanos, y al conjunto de oprimidos y explotados dentro y fuera de Estados Unidos, cuya movilización fortalece su lucha.
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Racismo made in USA
Las comunidades negra y latina (especialmente los indocumentados) vienen siendo los sectores más castigados de la crisis. Desde el vamos, existe una diferencia salarial justificada sólo por el color de la piel: un trabajador negro cobra el 72.1% del salario de uno blanco, y un latino un 57.5% (es evidente que el porcentaje baja aún más cuando se trata de indocumentados). Las mujeres de todos los grupos étnicos perciben un salario por debajo de sus pares varones (siendo las latinas las más pobres).
Aunque son minoría de la población total y en la fuerza laboral, los pobres entre los latinos (21.9%) y afroamericanos (24.7%) son más del doble que entre los blancos (10.8%) y son una desproporcionada de los trabajos precarios y de bajos salarios. Esta discriminación racial se basa en una profunda desigualdad social: en los últimos 30 años, el ingreso del 5% más rico creció cerca de un 42%, mientras que el del 80% más pobre sólo aumentó un 10% (Economic Policy Institute).
Los latinos son un sector que, mediante luchas duras, intenta recuperar métodos y organizaciones de lucha, puede jugar un rol progresivo en la lucha de los trabajadores en EE.UU. Así lo demostraron las movilizaciones de 2006 y su significativa tasa de sindicalización a pesar de las condiciones adversas (10% de los 20 millones de trabajadores latinos está organizado, una tasa mayor que la media). Aunque existen grandes prejuicios raciales y desigualdades, incluso entre negros y latinos, que son alentadas por la patronal y la burocracia sindical las utiliza para minar las fuerzas de la clase obrera, la lucha de los sectores más explotados no puede sino revitalizar su lucha.
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Democracia imperialista
Existe en estos momentos un (falso) sentido común, alentado hasta el hartazgo por los grandes medios, de que no hay nada mejor que la democracia de EE.UU. En EE.UU. el voto es voluntario (sólo hay que anotarse para votar), y aunque hoy se subraya la alta participación que podría alcanzar el récord histórico de 130 millones de votantes, poco se habla de cómo funciona el sistema electoral.
El voto a presidente es indirecto. Cada uno de los estados tiene una cantidad de “delegados” al Colegio Electoral (la institución que decide el presidente), donde se necesitan 270 delegados para ganar indiscutiblemente. La proporción de delegados del estado varía según la población, por cada uno: 2 senadores (igual para todos) y la cantidad de representantes al Congreso (diputados) en proporción a su población. Por eso los estados más disputados son los que tienen muchos habitantes como, por ejemplo, California (55 delegados: 2 senadores y 53 diputados). Excepto en dos estados, Nebraska y Maine, el que gana la mayoría (aunque sea por 1 voto) se lleva todos los delegados. De esta forma, aunque el triunfo en cantidad de delegados haya sido aplastante (en este caso, 349 para Obama contra 163 para McCain), el voto popular se dividió entre 53% para Obama y 46% para McCain. Al mismo tiempo se votan, estos sí de forma directa, todos los diputados y un tercio de los senadores.
Pero el sistema electoral norteamericano parte de premisas todavía más restrictivas: sólo existen dos partidos con posibilidad de presentarse, uno de los “requisitos” es ser (de mínima) un millonario con acceso al financiamiento de las grandes empresas. Se estima que esta carrera electoral fue una de las más caras de la historia: se recaudaron 900 millones de dólares entre las campañas republicana y demócrata. Aunque existe el derecho formal a que cualquiera se presente a elecciones, es imposible equiparar los esfuerzos de las maquinarias de los dos grandes partidos.
En EE.UU. las elecciones son los martes, un día laboral para la mayoría, y son contadas las excepciones de empresas y fábricas dan el día libre para votar. De más está decir que una gran parte de la comunidad latina, que no puede acceder al mínimo derecho de ser ciudadano, está excluida de esta “gesta democrática”. Otro sector marginado es la comunidad negra. En gran parte del país está restringido el voto a quienes hayan estado presos (sin importar el cargo o si la pena ha sido cumplida), este sería un dato más si no fuera que EE.UU. tiene la población carcelaria más grande del mundo (más de 2 millones), donde los negros son el 35%.
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