18/4/07

Masacre de Virginia, a 8 años de Columbine y van...

Nadie sabe qué pasó por la cabeza del estudiante surcoreano Cho Seung-Hui mientras disparaba una, dos, más de treinta veces. La población de Estados Unidos y el mundo quedó consternada. Murieron 32 personas murieron y otra veintena resultó herida en los dos tiroteos en la Universidad Tecnológica de Virginia. Los medios y el gobierno de George W. Bush proclamaron la “tragedia nacional”. Y no es para menos, es la mayor mascare ocurrida en un centro estudiantil en EE.UU., y reabre el debate sobre la tenencia y el comercio de armas en el país más armado del mundo. Desde 2004 murieron en EE.UU. más de 148 mil personas por armas de fuego, es decir, 30.000 personas por año, un promedio de 81 personas al día: 1 persona asesinada cada 18 minutos. Escalofriante. El 39% de los hogares tiene un arma de fuego, se venden por año de 3 a 4 millones, y entre 1 y 3 millones más en mercados paralelos. Conseguir un arma es tan fácil en Virginia que un chico de 12 años puede entrar a cualquier armería a comprar un rifle de asalto. Un menor de 18 años no puede comprar alcohol pero puede comprar un arma, con o sin permiso de sus padres.

La segunda enmienda de la Constitución de EE.UU. dice “... el derecho de la gente a tener y portar armas, no debe ser infringido”. Claro que todo es relativo. Un norteamericano negro con un arma es un asesino, un árabe-americano, un terrorista, un latino, un narcotraficante. Y como alertan varios organismos de derechos humanos a partir de la masacre de Virginia, cualquier asiático-americano que lleve un arma será un asesino en potencia. No se trata del armamento en sí mismo, sino de quién decide quién tiene derecho y quién no, y es aquí donde queda al desnudo la utilización de la “ley” de parte de organizaciones profundamente reaccionarias como las milicias de ultra-derecha y la Sociedad del Rifle (que agrupa a la crema del racismo yanqui).

Cuatro días antes de la masacre en Virginia, se cumplían 8 años de la masacre de Columbine (Texas) y una larga serie de nefastos aniversarios similares. En esa oportunidad se buscaron responsables en los videojuegos, la música y la televisión. Sin embargo, no es casual que sea en EE.UU. donde se dan este tipo de atrocidades con más frecuencia. No sólo se trata del principal productor y exportador de armas a nivel mundial, sino que las utiliza para invadir y ocupar países alrededor del mundo según convenga a sus intereses. En cada una de estas incursiones los asesinatos son catalogados como “daños colaterales” y las violaciones y vejaciones, como simples excesos. En un país donde se reconoció hace pocos meses la tortura como un “método no convencional” válido para interrogar a “sospechosos de terrorismo”, ¿es un hecho ajeno la repetición de masacres y matanzas?

En una sociedad fuertemente competitiva, y donde existe una creciente desigualdad social, millones de personas son educadas bajo esta “doctrina” en la que la defensa de sus intereses está íntimamente ligada al aniquilamiento de un enemigo potencial. En la historia de EE.UU. este “enemigo” fue cambiando su rostro e ideología, dentro y fuera del país: negros, alemanes, “rojos”, latinos, y el más en boga hoy, los terroristas.

Por cada Cho en una universidad yanqui, existen varios marines norteamericanos de 23 años que portan un arma letal en el Irak ocupado. Cualquier paralelismo es objetado con falsa indignación, “¿a quién se le ocurre pensar en Irak en este momento de estupor nacional?”. Sin embargo, existe una relación tan estrecha, tan íntima entre ambas cosas, que resulta casi imposible separarlas.

EE.UU. es el país donde hay más armas en manos privadas: se estima que 60 millones de personas poseen un arsenal combinado de 200 millones de armas, aunque no existen cifras oficiales exactas. Eso sí, es casi imposible llevar un frasco de shampoo en un avión o pasar la oficina de aduana portando un apellido árabe o latino.

Así de irracional es la sociedad de Cho, la sociedad de los marines juzgados por violencia innecesaria en Bagdad, luego de violar a una niña de 14 años y asesinarla junto a su familia, hecho que ninguno de los jóvenes pudo ni se molestó en justificar, “simplemente sucedió” dijeron. O los marines que en Afganistán, según un informe, “utilizaron violencia excesiva”, al disparar una ametralladora a lo largo de 15 kilómetros asesinando a 12 personas, entre ellas un bebé y tres ancianos.

Más trágico aún es que esta masacre nos da una idea de lo que debe ser vivir en Irak o en Afganistán, ¿volverán de la escuela, del trabajo, de la universidad?, se preguntan en los hogares. Nadie lo sabe, sólo dependerá de la virulencia del próximo ataque, de cuántas veces gatillará ese marine, de la potencia que tenga la próxima bomba arrojada contra la escuela, el hospital o la casa.

La bronca existente es comprensible, así como las exigencias de leyes que restrinjan el comercio y la tenencia de armas. Pero no será la elite imperialista de republicanos y demócratas ni la Corte Suprema: ellos son los que bendicen la tortura y la transforman en ley, los que someten a las masas de EE.UU. y el mundo a la podredumbre capitalista. Barbarie suena lejano y pasado, pero mostró una vez más su rostro en el país más poderoso del mundo. Lamentablemente no existe una respuesta sencilla al problema de la violencia de un país que se basa en la más descarnada violencia: invadir, ocupar, planificar golpes de estado. La violencia fronteras adentro no es más que reflejo de la agresiva política imperialista de Estados Unidos para paliar la creciente decadencia de su hegemonía.

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